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Reproducimos por su interés, esta entrevista publicado en EL DECANO DE GUADALAJARA: El libro está lamentablemente agotado, pero preparamos su reedición corregida y ampliada para este año 2012.

EL DECANO DE GUADALAJARA Texto de Raul Conde Suárez. 21 de enero de 2011.

Después de tres años de trabajo, P. Carlos Paramio y los hermanos García Bilbao, fundadores del Foro por la Memoria en Guadalajara, publican «La represión franquista en Guadalajara» (Ediciones Silente, 635 págs.). Se trata de un extraordinario estudio que ha logrado que Guadalajara deje de ser una de las dos provincias en las que no se había hecho un ensayo a fondo sobre ese periodo. Ahora ya solo queda Cuenca. El volumen acumula muchos méritos, pero sobresalen dos: El primero, firmar la primera investigación completa, detallada y rigurosa de la represión franquista en Guadalajara; el segundo es haber puesto, de forma contrastada, nombres y apellidos a las más de 6.230 víctimas en la provincia de ese proceso infame de humillación del régimen ilegal salido tras la Guerra Civil. La investigación no solo aborda la Posguerra y la Dictadura, cuando el Franquismo creó todo un aparato judicial destinado a perseguir a los vencidos, sino que también rastrea las ejecuciones y los «paseos» extrajudiciales que se produjeron durante la contienda. El libro se apoya en abundantes fuentes documentales, en el rastreo sagaz de archivos y sentencias y en las palabras de decenas de testimonios. La obra es ya una referencia imprescindible para conocer el pasado reciente de nuestra provincia .

Cuando a finales de 2007, los hermanos Pedro A. y Xulio García Bilbao decidieron fundar el Foro por la Memoria de Guadalajara, centrado en la investigación de la memoria histórica, se dieron cuenta de que para llevar a cabo su labor necesitaban conocer todos los datos de la represión franquista en Guadalajara. Es ahí cuando comenzó el proyecto que ahora ha cuajado en un impresionante volumen, titulado «La represión franquista en Guadalajara», de más de seiscientas páginas. «No existía ningún estudio completo de este tipo. Había algunos previos, como sobre la represión contra el magisterio, pero no existía ningún trabajo íntegro. Decidimos empezar a investigar utilizando diversas fuentes», apuntan sus autores, los hermanos García Bilbao y el investigador P. Carlos Paramio Roca. El dato más importante que arroja el libro es el número total de represaliados en la provincia de Guadalajara, cifra que los autores elevan a 6.230 personas. En todo caso, precisan que «este es el mínimo que aparece demostrado porque, a raíz de la publicación, teníamos ya varios centenares de nombres más contrastados». Cada dato que aparece en el libro está confirmado y corroborado con documentos de la época.

El volumen recoge una relación de cada víctima, una a una, en la que consta, además de sus datos personales, su filiación política o sindical, su origen, la condena o delito que sufrió y la causa por la que fue juzgado, entre otros parámetros. Según Xulio García Bilbao, «las sentencias están cuajadas de errores. Por ejemplo, si una persona era conductor de autobús, pues a lo mejor le asignaban que era mécanico, y luego nos han llamado sus familiares para corregirlo. En las sentencias se simplificaba. Luego había personas a las que se les asignaba una asignación política que no tenían». Uno de los errores más llamativos fue que, a la esposa del secretario general del PCE en Guadalajara, Vicente Relaño, le adjudicaron que era militante de las Juventudes Libertarias, lo cual resultaba absurdo porque era de las Juventudes Socialistas Unificadas, del PCE. «El régimen franquista gastó una cantidad enorme de dinero público para forzar una represión contra los vencidos en la Guerra Civil y, a pesar de eso, sus sentencias, si es que se le puede llamar sentencias a eso, estaban cuajadas de errores. No eran tribunales legales ni legítimos y no tenían garantías jurídicas de ningún tipo».

Distinguen varias fases de la represión. La primera comienza en la zona ocupada y en Sigüenza se llegan a contabilizar hasta 200 víctimas mortales en manos de los rebeldes, aunque el periodista Jaime Desprée lo eleva a 500.

-Nuestro libro está hecho con el objetivo de reflejar muertes documentadas claramente y personas que fueron represaliadas en forma de sentencia, que pasaron dos o tres meses o más en la cárcel. De la zona de Sigüenza no hay demasiado en el libro porque no es una monografía y exige un estudio en detalle, y cuando se haga la reedición añadiremos más datos nuevos añadiendo más nombres y apellidos a las víctimas de la represión. Hablamos de un estudio general de Guadalajara. Las cifras de Desprée son orientativas, ofrece una visión general de las cifras de unos y otros.

-Pero más allá de las cifras, en ese momento inicial de la represión, ¿qué ocurrió no solo en la capital sino en los pueblos de la provincia? La investigación indica múltiples «paseos y ejecuciones extrajudiciales».

-Una de las cosas que se han descubierto es que hay un momento de la represión en Guadalajara que es el retorno de la guerra. En Guadalajara hay muchísimos asesinatos extrajudiciales, muchos «paseos» al volver del frente. Cuando acaban las hostilidades, entonces se empieza a producir la represión que no se pudo ejercer al principio precisamente porque el golpe fracasó en Guadalajara. Hay muchas personas que regresan a su pueblo al final de la guerra, después de estar evacuados o refugiados o como soldados, y a los que les asesinan al volver. Hay muchos datos en el Alto Tajo, sobre todo en las zonas de Guadalajara que estaban ocupadas. No tenemos constancia documental de todos esos asesinatos, pero se están investigando.

– Por eso dicen en el libro que la represión no fue consecuencia de la guerra, sino que la guerra solamente la retrasó.

– Efectivamente, nosotros consideramos que la represión contra los defensores de la legalidad republicana ya estaba prevista y que la guerra lo único que hizo fue retrasarla.Y se produjo en las zonas conforme iban siendo ocupadas por los rebeldes. Respecto a la represión extrajudicial, de la cual no hay documentos, en el libro aparecen ya reflejados 43 casos, pero tenemos ya al menos 20 más que podrían citarse, más las cifras de Sigüenza, donde creemos que hubo alrededor de 100 víctimas.

Multas, embargos, palizas, cárcel…

Tras la guerra, comenzó una represión si cabe más dura aún mediante ejecuciones arbitrarias aplicando la ley de fugas. El Franquismo articuló esta sed de venganza a través de una legislación hecha ad hoc. Por ejemplo, con normas como la Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo o la Ley de Responsabilidades Políticas. Según los autores de la investigación, todas las personas tuvieron que pasar por un tamiz muy pequeño, que incluía varias fases. Primero se producía una auditoría de guerra, que pasaba por un tribunal militar. En Guadalajara capital estos tribunales ocuparon varios edificios como el Palacio de la Diputación, donde se juzgaba a las personalidades importantes, o el Palacio de la Cotilla. Ahí se condenaban a penas de prisión o de muerte a todas las personas que se habían enfrentado a la rebelión militar de los golpistas en 1936. Después de ejecutar esa sentencia, se pasaba por otra instancia, que era el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas. Allí se dilucidaban las «responsabilidades políticas» de estas personas, que básicamente estaban al amparo de una legislación especial que crea el propio Franquismo.

Las formas que utilizaron los vencedores para reprimir a los vencidos iban desde multas económicas al embargo de bienes, pasando por las palizas físicas y el encarcelamiento. Para Pedro A. García Bilbao, las leyes franquistas pretendían legalizar los expolios que ya se habían cometido. «Se trataba además de extender el terror a las propias familias porque estos tribunales imponían multas desproporcionadas». Por ejemplo, al que era alcalde de Guadalajara cuando estalla la guerra, Antonio Cañadas Ortega, le imponen de multa 14.000 pesetas del año 39. Como no pudo pagar, todos sus bienes le fueron embargados. «De esa manera se siembra el miedo para que nadie se mueva. A partir de 1947 el Régimen crea una comisión liquidadora de estas responsabilidades políticas porque se dan cuenta de que el aparato judicial que ha creado es tan descomunal que tienen que quitarse causas porque ya no pueden seguir. Además, la España franquista estaba ya en una nueva fase».

Un caso paradigmático fue el de Francisco Gómez García, presidente de la Casa del Pueblo de Sigüenza, que fue asesinado por los sublevados a pesar de haber obtenido el apoyo del alcalde derechista, Gerardo Sánchez. La delación y las venganzas personales fueron todavía más pertinaces en los pueblos. «La represión se produjo a todos los niveles. No solo necesitó de los jueces como verdugos. También necesitó a pequeños verdugos, y de esos se dan muchos en los pueblos. Se facilita la delación, son aceptados rumores como pruebas en las sentencias… Hay cosas que si no fueran porque conducen a personas a penas de cárcel o de muerte, pues darían risa», subrayan los autores del libro. El hecho de que Guadalajara fuera una provincia agraria y con muchos pueblos facilitó las delaciones. Los hermanos García Bilbao subrayan que «aunque es cierto que existían las rencillas a nivel personal, lo terrible es que haya un régimen político que fomente la delación, que las ampare y que incluso las premie. Hay personas que son familiares directos de personas asesinadas en la retaguardia republicana que, al cambiar el régimen, son situadas por el propio régimen en puestos notables incluso de la represión».

– Buscaban no solo la aniquilación física, sino moral. Buscaban humillar a los vencidos.

-Sí, esta investigación demuestra que al alcanzar una intensidad tan tremenda en la represión, pues resulta bastante claro que ésta formaba parte de un proyecto criminal.

– En el libro citan las palabras del general García Pruneda, quien en un banquete en Alcalá llegó a decir: «Guadalajara no la piso yo mientras no me lo ordene el generalísimo. Así como existen poblaciones a las que hay quepremiar por su conducta heroica y ejemplar, a Guadalajara hay que castigarla y si estuviera en mis manos la destruiría. De cinco vecinos que quedan, cuatro son rojos y el otro dudoso». ¿Tenía especial inquina el régimen por Guadalajara, teniendo en cuenta el apoyo que la provincia prestó a la República?

– No se puede decir que hubiera una especial inquina. En Burgos, por ejemplo, la intensidad de la represión fue mayor, hubo más muertos. O en Logroño o Valladolid. Los datos en Guadalajara demuestran que la represión era un plan a aplicar a toda España y cada provincia lo vivió de una manera especial. Lo que sí demuestra es que en Guadalajara la represión fue algo superior a la media, es decir, sufre mucho porque, sobre todo, el tejido social era más débil. La población era menor que en otras provincias, alrededor de 200.000 habitantes, y hablamos de que un 3,2 por ciento de la población de la provincia después de la Guerra, que era de unos 200.000 habitantes, fue represaliada, lo cual supone una barbaridad. Guadalajara no tenía un estudio provincial de la represión, ya solamente falta Cuenca de toda España. Del resto de provincias hay ya estudio. En Guadalajara empezamos a conocer las dimensiones de ese plan de aniquilación. Porque el problema no solo es la gente que muere, son los que sobreviven y a los que les quitan su forma de vida, les dejan en la calle… Hay una Guadalajara antes y espués de la represión franquista. La clase media sufrió un golpe brutal y dañó especialmente al campo. Hay cientos de alcaldes y concejales que fueron represaliados, hay más de 229 concejales procesados, o sea, que pasaron todos por la cárcel. Hay momentos en Guadalajara capital en los que se habilitan cárceles para 5.000 presos.

822 ejecuciones en la capital.

En el caso de Guadalajara capital, en el cementerio municipal y en la prisión la investigación plasmada en el libro confirma que hubo 822 ejecuciones (809 hombres y 13 mujeres). La cifra no está cerrada, pero casi. Faltaría saber el número de los «paseados», es decir, de los asesinados por las buenas. Además, los fallecimientos en prisión constituyen una parte importante de las víctimas totales. Las condiciones que tenían los presos en la Prisión Central de Guadalajara (la que aún hoy está en la calle Virgen del Amparo) eran deleznables.

Paramio y Pedro A. y Xulio García Bilbao han constatado que 143 personas murieron víctimas de hambre y de malos tratos en la prisión de Guadalajara. A ellos habría que sumar los guadalajareños que murieron en otras cárceles españolas, en total, 202. Para rastrear estos datos, los historiadores se han servido de los certificados de defunción y auscultando las patologías de muerte, que están en función de la edad y la situación que padece. «Es una proporción de muertos muy alta -recalcan- y que solo se explica porque el régimen de internamiento estaba cercano a la inanición. La fotografía que podemos ver de las cárceles es que, si no había un apoyo externo, es decir, si los presos no tenían familia y no tenían recursos, el régimen de vida carcelario condenaba a muerte por enfermedad o por inanición». Estas mismas condiciones de internamiento, durante la 2ª Guerra Mundial, eran consideradas crímenes de guerra. Así, literalmente. Son víctimas directas de la represión porque los presos sometidos a un régimen que no les garantiza la supervivencia en prisión son personas que se van agotando lentamente.

Otra forma de represión, muy cruel, fueron las «sacas». Los presos eran trasladados a los cementerios y allí eran asesinados. Por «sacas», según García Bilbao, se entiende el listado de personas que iban incluidas en una orden de ejecución, era una cuota de fusilamientos para un determinado día que se expresaba en una orden escrita. Las personas eran trasladadas en un camión, sacadas y ejecutadas en el día. Las «sacas» se llevaron por delante a destacados hombres del periodo republicano en Guadalajara como Marcelino Martín, Enrique Riaza, Antonio Cañadas Ortego, Vicente Relaño o Gregorio Tobajas. Muchos de ellos después de recibir palizas y torturas. «El régimen amparaba esas venganzas personales y había personas de Guadalajara que subían frecuentemente a la cárcel a dar palizas a presos, a desahogarse podríamos decir».

Me ha parecido muy significativa la entereza que demostró Cañadas, el alcalde de Guadalajara, cuando a través de varias cartas desde la cárcel le comunica a su familia que está recibiendo palizas pero les pide que no se tomen ninguna represalia.

-Sí, sobre todo teniendo en cuenta que esas cartas están escritas en unos momentos en que Antonio Cañadas está recibiendo palizas y sufriendo un castigo físico. Y bueno, también el papel hipócrita del nacionalcatolicismo respecto a todo esto, que no se preocupa por la salud de sus presos o porque las torturas se produzcan, o porque sus ejecuciones sean injustas. Busca su salvación espiritual, pero no hace nada en absoluto por el maltrato que sufren.

– Califican los consejos de guerra de «surrealismo jurídico».

-Totalmente. Es la justicia al revés. Se aplica el código de justicia militar a civiles, lo cual era ilegítimo según la legislación republicana, y se les juzga por «auxilio a la rebelión» a personas que lo que hacen no es rebelarse, sino enfrentarse a una rebelión militar. Es decir, los que se rebelan contra un Gobierno legítimo son los que acusan de rebelión a los que se enfrentan a ellos. Es surrealista. Adjudican a un abogado, militar normalmente, y no es fácil distinguirle porque prácticamente decían lo mismo que el fiscal en cada  proceso. A veces, el abogado conocía a su propio defensor en la propia sala o cinco minutos antes. No podían preparar ningún tipo de defensa. Eso no eran juicios.

– Parece mentira, conociendo todo esto, las dificultades del Estado para declarar la nulidad de toda aquella tramoya judicial.

-Se deberían declarar nulas todas estas sentencias, por una sencilla razón. Eran nulos los tribunales, no tenían legitimad para actuar. Por tanto, todas las sentencias que emitieron son ilegítimas, y además saltándose principios básicos del derecho. El hecho de que, a día de hoy, las sentencias parajudiciales del Franquismo, es decir, que tienen apariencia judicial, sigan teniendo acta legal en la Democracia nos parece un insulto. A nosotros se nos antojan actas de un crimen. La Ley de Amnistía de 1977 lo que hizo fue perdonar esos delitos, les sigue considerando culpables pero les perdona. Una ley, por cierto, que ha sido denunciada por Naciones Unidas y que se ha pedido al Gobierno español que la declare ilegítima.

Represaliados por los nazis.

El estudio editado por Silente aborda también los guadalajareños represaliados por los nazis. Los autores aseguran que es un aspecto que sorprende mucho. A su juicio, «la Guadalajara oficial ha olvidado lo que fue la deportación a los campos nazis de sus paisanos». Y recuerdan especialmente a Manuel Razola, que pertenecía a una familia muy conocida en la ciudad. Cuando este hombre regresa del exilio, en 1977, escribió uno de los mejores libros que se ha hecho sobre la deportación de los españoles a los campos nazis, titulado «Triángulo azul». «Bueno, pues no hubo un lugar para Razola en la vida social y civil de Guadalajara. Era una presencia incómoda. La realidad de la Transición es que los supervivientes de los campos nazis eran incómodos en la Democracia para las autoridades de la provincia. No había un lugar para ellos. No se podía explicar aquello. Los hemos puesto en el libro, entre otras cosas, porque también son víctimas de la represión franquista». Sobre todo, porque fue el Gobierno de Franco el que autorizó su deportación a la Alemania de Hitler. «Es importante que se sepan sus nombres. Aquí hubo mucho folclorismo con la División Azul, que se presentó como ayuda humanitaria y no se ha dicho nada de estas víctimas».

La principal dificultad que se han encontrado los historiadores para hacer frente a su trabajo ha sido tanto el volumen de datos o de cifras como las trabas para acceder a los registros y otras fuentes. Ambas cosas. Incluso en los propios archivos que han podido consultar, en muchas ocasiones, se encontraron con que esos documentos, pasados setenta años, están en pésimo estado. Había sentencias que apenas se podían leer. Su labor ha sido ímproba, detallada y rigurosa. Sin embargo, rezongan de los obstáculos con los que se han topado en la Administración. El Registro Civil de Guadalajara, por ejemplo, no lo han podido consultar por «silencio administrativo del propio Registro, que no nos ha dado respuesta a nuestra solicitud», aunque finalmente lo pudieron cotejar porque antes ya lo habían hecho otras personas. Sin embargo, el Registro de Sigüenza todavía no lo han podido ver porque la juez les negó el acceso.

– ¿Por qué Guadalajara fue siempre, como recuerda en el prólogo la historiadora Mirta Núñez Díaz-Balart, la zona «gris» del mapa de la represión?

– Porque era la provincia donde no había datos, ninguna investigación completa ni sabíamos lo que había pasado. Había un pasado oculto que había que desvelar, este libro abre una ventana para poder seguir conociendo esa verdad. No tiene toda la información, en parte porque ya han pasado demasiados años y nunca lo sabremos todo, pero sí está hecho con todo rigor académico e histórico, y todos los datos que aparecen reflejados están contrastados. El libro ha tenido una cierta repercusión y ha sido el más vendido en 2010 en Guadalajara. Desde que se ha publicado, el número de datos se ha disparado y hay muchas personas que se han puesto en contacto con nosotros para aportar algunos nuevos o corregir otros. Tenemos casi 300 nombres más. Y hemos descubierto el impacto en la gente de la represión. Encuentran consuelo en las listas y los padres aprovechan para enseñar a los nietos que en el libro aparecen sus familiares. Ese simple hecho se está convirtiendo en una catarsis familiar, en un acto de reparación.

– En el libro también hablan de la violencia izquierdista, que también la hubo, amparada en una supuesta «justicia revolucionaria». ¿Cómo se organizó?

– Son dos violencias distintas. Este libro demuestra, entre otras cosas, que tiene fecha de caducidad y es fruto de quienes provocaron el golpe militar. La desaparición del Estado, que se tardó en recuperar varios meses por parte del Gobierno republicano, es lo que provocó que el poder coercitivo de las fuerzas de seguridad no existiera para impedir esos asesinatos. Unos asesinatos que la propia República consideró como tales y que intentó perseguir. Además, por otra parte, habría que distinguir entre represión republicana y vulgares asesinatos. En la zona «nacional», aunque se dan los casos de «paseos», en ningún caso son considerados como tales.

– Después de finalizar la investigación, ¿qué les dirían a aquellos que siguen sosteniendo que los estudiosos de la represión franquista se dedican a remover los muertos?

– Les diría que lo único que hemos hecho es mostrar una parte del pasado que estaba oculto, una parte de la historia de Guadalajara y demostrar que aquí hubo un régimen criminal que aterrorizó a la población durante muchísimos años. La otra parte, la de las personas que fueron asesinadas en la retaguardia republicana, sí se conocía y desde 1944 ya existían cifras y publicaciones. Pero a fecha de 2011 todavía no sabemos el número de víctimas de la represión franquista en la provincia. Además, las personas que sufrieron la represión republicana pudieron mitigar su dolor con ayudas de todo tipo y pudieron exhumar los restos con ayudas institucionales desde 1940. En cambio, los vencidos y sus familiares constituyeron una casta inferior de personas que fueron discriminadas y perseguidas. Esas heridas, en muchos casos, siguen abiertas, pero para poder pasar página hay que saber lo que pone en ella.

Agradecimientos: Raúl Conde Suárez. Conchi Balenzategui

Multado después de fusilado

El País, 22/11/2010 – 22 noviembre 2010

Un libro destapa las terribles historias de la represión franquista en Guadalajara

NATALIA JUNQUERA – Madrid –

“A mi padre lo fusilaron el 20 de junio de 1939 y después le pusieron una multa de 14.000 pesetas [84 euros] por responsabilidades políticas. Como no las teníamos, nos embargaron. Vinieron a casa y se lo llevaron todo. Con la colcha de novia de mi madre hicieron un palio para el cura; rasgaron los colchones por si teníamos dinero. Nos dejaron en la calle. Yo tenía nueve años, pero no se me olvidará en la vida”, cuenta Emilia Cañadas, que ahora suma 82. La de su padre, Antonio, alcalde de Guadalajara al inicio de la Guerra Civil, es solo una de las terribles historias recogidas en La represión franquista en Guadalajara (Ediciones Silente). Sus autores, Pedro y Xulio García Bilbao y Carlos Paramio Roca, querían rellenar un hueco en el mapa de la represión en el que Guadalajara aparecía como zona gris, sin datos. El resultado es un abrumador volumen de 635 páginas, de las que 490 corresponden al listado de 6.230 represaliados (fusilados, encarcelados, expoliados, perseguidos) allí por el franquismo.

El libro no olvida los desmanes de los “elementos de izquierda” en los primeros días de la sublevación militar, como el asesinato del comandante Rafael Ortiz de Zárate, el primer oficial fusilado por los milicianos. También cuenta, entre otras, la historia de Vicente Relaño, secretario general del PCE en Guadalajara, quien denunció y expulsó del partido a los responsables de una checa, salvó a ocho personas de derechas y fue asesinado en 1943 pese a los avales que todos ellos habían redactado en su favor. O la de Francisco Gómez García, presidente de la Casa del Pueblo, que sustituyó al presidente de UGT asesinado por falangistas el 13 de julio de 1936: salvó al alcalde derechista Gerardo Sánchez de las milicias del POUM, y pese a ello también fue fusilado en 1941.

El volumen recoge testimonios estremecedores -”vi a una amiga mía que tendría entonces 16 o 17 años llevando uno de sus pies en la mano y andando a la pata coja. Se había quitado la blusa para taparse el muñón del pie”- y cifras que hablan por sí solas: 822 ejecutados entre 1939 y 1944, la mayoría entre los 25 y 33 años y campesinos (66,67%).

Son las historias de las víctimas republicanas en la provincia, cuyo relato y recuento no se había hecho hasta ahora, a diferencia de las franquistas, que ya en 1944 aparecían en el estudio Víctimas asesinadas en la provincia de Guadalajara durante la dominación roja.

Ver:

http://silente.eu/catalog/product_info.php?products_id=146&osCsid=gi1pa09aqsds07o3u3umfm60c3

http://www.elpais.com/articulo/espana/Multado/despues/fusilado/elpepiesp/20101122elpepinac_8/Tes

Un memorial del horror: Un libro registra más de 6.200 casos de cárcel y ejecución franquista en la provincia

El Día de Guadalajara, – 6 noviembre 2010

Un momento de la presentación

R.M.

El Foro por la Memoria de Guadalajara presentó el jueves 4 de noviembre de 2010, ante un Salón de Actos de la Biblioteca de Dávalos abarrotado, el estudio más completo sobre la represión franquista en Guadalajara. El libro redescubre lo ocurrido durante la guerra y los años de sangrienta reacción de la dictadura contra los republicanos y desenmascara la aplicación, a menudo kafkiana, de la justicia franquista. Asistentes al acto de presentación dieron testimonio de lo sucedido con algunos de sus familiares.

La obra más completa de la represión franquista en Guadalajara está incompleta. El libro ‘La represión franquista en Guadalajara’, escrito por Carlos Paranio, Xulio García Bilbao y Pedro A. García Bilbao y publicado por Ediciones Silente detalla por vez primera 6.230 casos de cárcel y ejecución. Con nombres y apellidos. Cada línea cubre el espacio en blanco de más de setenta años de desmemoria. Detrás de cada letra resuena un disparo en la tapia de un cementerio, la lectura de una condena en un sumario kafkiano, el borrón y cuenta nueva de un régimen que no se conformó con ganar la guerra y mantuvo por mucho tiempo la “mecánica del terror”, según denuncia la investigación. Pero los casos anotados son sólo una parte: apenas un 3%, según los autores.

El libro recién nacido fue presentado el jueves ante un centenar de personas que abarrotó el Salón de Actos de la Biblioteca de Dávalos de la capital. La obra es fruto de un trabajo de investigación de tres años: en los archivos, entre papeles de sentencias “que a veces están podridos”; de lectura de testimonios directos de quienes no olvidan; de pioneros en la recuperación de la memoria, como algunos militantes socialistas o comunistas anónimos que dieron cuenta de lo que veían en las cárceles en las que fueron encerrados. Los más de 6.300 casos de los que se tiene constancia son los más trágicos –muerte o prisión–, y por eso se ha comenzado por ahí, pero quedan otras historias de la represión: la dura vida que esperaba a las viudas, la infancia infeliz de los ‘niños rojos’, las vejaciones a los maestros… Paranio y los hermanos García Bilbao han publicado un estudio exhaustivo, con fotografías históricas cedidas por familiares, retratos de más de treinta fusilados, mapas de localización y, sobre todo, una segunda parte que apabulla: decenas de páginas con los nombres de los represaliados.

Pedro García Bilbao y Mirta Núñez

El libro presentado en Dávalos no se reivindica como ajuste de cuentas ni como la historia de los vencidos contra los vencedores, de los rojos contra los nacionales, de las izquierdas contra las derechas. O no sólo quiere ser eso. Ante todo, intenta poner rostro a otra gran pérdida, encarnada en tantas pérdidas personales: la democracia frente a la dictadura. “Con la recuperación de la memoria no sólo está en juego la dignidad de las víctimas, sino la  del estado democrático”, dicen los autores. “La línea de fractura es entre ser demócrata o no”. Esta fractura sigue sin soldar: las condenas del Franquismo siguen siendo legales hoy, denuncian las mismas voces. “Esos tribunales deben ser declarados nulos. Si lo han hecho en Alemania, ¿por qué nosotros no?”, se pregunta con vehemencia el presidente del Foro por la Memoria, Pedro A. García Bilbao.

Las caras del dolor

Durante el turno de palabras en el acto de Dávalos se puso cara a muchos de estos nombres. Revivió el teniente Rubio, fiel al Gobierno democrático. “¡En público lo mataron y yo desde Francisco Aritio lo vi todo!”, exclamó un anciano que apenas tenía diez años durante la guerra. “Le fusilaron con banda de música”, añadió uno de los escritores. También hubo un recuerdo para el cifontino José Serrano, amigo de Azaña y fundador de la Casa de Guadalajara en Madrid, fusilado en el cementerio Este de la capital española, como otros 65 guadalajareños que acabaron sus días en el mismo escenario donde caía hasta un centenar de personas cada día. También está en el libro Gregorio Tobajas, presidente de la Diputación, ‘ajusticiado’ por republicano. Y Teodoro Palomera, el último alcalde republicano de Sayatón, sometido a un consejo de guerra que decidió su ejecución: su nieta, documentalista de la Universidad Complutense, ha tardado casi diez años en acceder a los documentos originales para saber un poco más sobre lo ocurrido con su abuelo.

Más recuerdos de familias rotas: Emilia es hija del último alcalde de Guadalajara durante la II República, Antonio Cañadas. Tomó la palabra en el acto de Dávalos. Su padre fue condenado a garrote vil, aunque en los documentos figura un indulto de Franco. Jamás volvió a casa, porque le fusilaron. “Le responsabilizaron de la matanza de la cárcel”, dijo el jueves su hija, en alusión a un episodio también terrible protagonizado por elementos revolucionarios. “Era mentira”, asegura ella, como también exclamó desde la primera fila un testigo directo de aquellos días. “Mi padre nos escribió de su puño y letra, nos contaba lo que le hacían en la cárcel, que lo apaleaban”. Hubo una última nota: “Son las cinco de la mañana. Ya me sacan. Muero siendo inocente”. ¿Su delito? Ser alcalde de la ciudad en un régimen democrático. Como Irízar y Bris, como Alique y Román, pero hace setenta años. ¿Pudo haber más desgracia para su familia? Sí, prosigue Emilia. “A nosotros nos pusieron en la calle. Nos embargaron hasta las camas”.

Los autores y la prologista, durante la presentación

En el acto de presentación, muy emotivo, hubo más nombres que saltaron a escena, como Manuel Razola, uno de los pioneros en la recuperación de la memoria histórica. Deportado en Mauthausen, escribió ‘El triángulo azul’. Sobrevivió y cuando volvió de Francia al caer el Franquismo se sorprendió del “gran vacío” o el gran silencio mantenido también durante la Transición en su tierra. “No había lugar para los deportados”, recuerda Pedro A. García Bilbao.

Algunos nombres

Rubio, Serrano, Palomera, Tobajas, Razola… la lista de guadalajareños represaliados es interminable: sólo en el cementerio de la capital se sitúa el final de 822 vidas.

Hay sumarios relatados en el libro que parecieran sacados de un festival de humor negro. A Gabriela, de Robledo de Corpes, la juzgaron las autoridades por ideología de izquierdas, su supuesta huida a zona roja y su aún más que supuesto regreso a la nacional para hacer “espionaje”, después de que matasen a su marido. Acabada la guerra, se la juzga, aunque en realidad está “desaparecida”. Y se la condena. En el momento de emitirse la sentencia, llevaba ya cinco años muerta, tras ser ejecutada en Atienza.

El caso de esta mujer representa, como otros incluidos en el libro, el funcionamiento de una justicia franquista que también condenó a Dionisio, de Salmerón, después de ser asesinado a golpes días después de que se declarase ‘la paz’; o de Remilgio, condenado a nueve años de destierro en África por propaganda en las elecciones de 1936, cuando en ese momento ya se encontraba deportado en el campo de concentración de Mauthausen. Sufrieron la Ley de Responsabilidades Políticas en una provincia donde fueron condenadas más de 2.000 personas tras celebrarse juicios sin garantías.

Un nombre encarna la tragedia como pocos: Ortiz de Zárate. No es el Ortíz de Zárate que aparece en el callejero, que participó en la intentona golpista de Sanjurjo y que luego fue una pieza clave en el 18 de julio en Guadalajara, sino su hermano, el comandante Rafael, que se mantuvo en las filas del régimen democrático. Apresado después, en prisión inició un registro de compañeros a quienes les quitaban la vida. En el número 1.100 se detuvo. El siguiente fue él. “Setenta años después, hay un recuerdo institucional para su hermano, que creyó que un golpe era una buena solución”, se indigna Pedro A. García Bilbao. Para el comandante Rafael, “que no da nombre a un hospital, ni a una calle, ni a un grupo escolar, olvidado de la faz de la historia, pero leal a la democracia”, sólo quedó el vacío.

“Una zona gris”

“Nos habían dicho que aquí nunca había pasado nada, y pasaron muchas cosas”, alza la voz Carlos Paramio. Hubo muerte y hubo prisión. Aunque se había abordado ya algún estudio anterior, la dimensión de la investigación que ahora da a conocer el Foro de la Memoria provoca una sacudida sin precedentes en la interpretación de la historia de la provincia, por sus cifras y por los métodos que revela. “Guadalajara era una zona gris, sin datos” en el abordaje de lo ocurrido durante la contienda y la Dictadura. “No sabíamos qué demonios había ocurrido”.

¿A qué respondió la intensidad de la represión? Una teoría extendida ubica la reacción franquista como la contestación del bando vencedor a los horrores que cometió también el bando derrotado. Sin embargo, los investigadores del Foro por la Memoria de Guadalajara defienden con insistencia la existencia de “una mecánica del terror” que sobrepasa los límites de la contienda, que respondería a “un plan de exterminio incluso antes de la sublevación” y que se habría aplicado con la misma o similar intensidad también en las provincias en las que ni siquiera hubo guerra civil y, por tanto, la revancha no puede justificar –si es que hay justificación– a la represión. “En Castilla y León, en Galicia, en Navarra no hubo guerra civil”, dice la profesora de historia Mirta Núñez, autora del texto introductorio del libro. En Guadalajara, la dinámica represora no diferió demasido de la que se registra en otros territorios. La particularidad aquí fue la aplicación con retraso de la represión, ya que el golpe no triunfa de inmediato. Lo novedoso, en realidad, es la existencia al fin de un libro que cataloga e intenta explicar que sucedió.

Muchos familiares exigen que, aunque sea siete décadas después, no se cierre un capítulo de la historia que ni siquiera ha sido escrito en Guadalajara. La prueba de esta ley de silencio está por todas partes. “En España no hay un sistema nacional de búsquedas como hubo en el resto de Europa después de 1945” para que los familiares conozcan el paradero de sus ‘desaparecidos’. Por eso, dice la profesora de la Complutense, Mirta Núñez, “hay que seguir luchando por lo evidente, rescatar la memoria. Parece mentira que el silencio siga vigente”, se lamenta la historiadora, cuya conclusión no puede ser más alarmante: “Se ha echado una avalancha de basura sobre su memoria”. La de las víctimas y la de sus familias. Por eso el acto del jueves se convirtió en un alegato, más que una presentación de un libro.

Los 6.230 casos anotados y contrastados; las más de 30 fotografías de fusilados; la presencia de hijos y nietos que siguen emocionándose al hablar en público de sus padres y abuelos, de alcaldes, maestros o militantes de partidos democráticos que no son fruto de ninguna ficción para el cine o la literatura, exigen que se destaque ese dato  –6.230–, una explicación o un aplauso como los que resonaron en Dávalos. Estas familias exigen que todos se sepan lo que pasó… de memoria.

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